Bentley Mulsanne 2011: El papá de todos los autos. No ocurre todos los días de hecho son pocas las veces en la vida que a uno le formulan y puede aceptar una invitación como la que me hicieron hace un par de semanas: viajar a Escocia un fin de semana para representar a Autoproyecto.com en el lanzamiento de uno de los automóviles más espectaculares que haya producido la industria automotriz mundial en más de un siglo de historia. Además, la invitación incluía el derecho a conducirlo por las deliciosas carreteras escocesas en plena primavera. El auto no es más ni menos que el Bentley Mulsanne, el portaestandarte de la prestigiosa marca británica de automóviles de lujo. Con el paso del tiempo, el nombre de Bentley ha aparecido reiteradamente ligado al de Rolls-Royce, y la historia de ambas firmas se entrelaza por décadas. No obstante, de unos años para acá, la división de autos de Rolls-Royce, que nada tiene que ver con los productos aeronáuticos, pertenece a la alemana BMW, mientras que Bentley forma parte del conglomerado Volkswagen-Audi, también germano.
Bentley se ha mantenido vigente, a pesar de las fluctuaciones que afectan el mercado, especialmente el de los ultralujosos, con autos como el Continental, el Azure, el Arnage y más recientemente el Brooklands. Pero este Mulsanne, que revive épocas pasadas evocando el nombre de una de las más famosas curvas de Le Mans, viene respaldado también por las seis históricas victorias con que Bentley se alzó en las legendarias 24 horas de la pista francesa. Los dueños de Bentley serán alemanes, pero este Mulsanne, como los demás vehículos que salen de las mesas de diseño y la planta de fabricación de Crewe, en Inglaterra, son inequívocamente británicos. Bentley se enorgullece de ser todo lo contrario del esquema de producción masiva de vehículos. Nosotros empezamos donde ellos se detienen, alegan refiriéndose a los fabricantes tradicionales. Y es que basta un rápido recorrido por la planta de Crewe para concluir que esa afirmación es milimétricamente correcta. Pareciera que allí no se fabrican automóviles sino, quien sabe, finísimos zapatos italianos de esos que uno usaría encantado para beber la más sublime champaña en compañía de la mujer amada.
Pero no dejemos que el romanticismo nos saque de contexto, algo nada difícil cuando uno se ocupa de automóviles de tamaña sofisticación. Y es que estamos hablando de un automóvil al que han asignado la atrevida tarea de capturar toda la esencia de una marca de tantos quilates como Bentley. Logra ser superlativamente elegante, pero conserva una evidente personalidad deportiva. Ostenta un desempeño de enormes proporciones, pero se destaca por la suntuosidad de su espacio interior, donde conviven maravillosamente los acabados más elaborados, con los avances tecnológicos más modernos. Para citar solo un ejemplo, al lado del sistema de navegación por GPS de última generación están las válvulas de los ductos y salidas del sistema de climatización, que son simples botones de meter y sacar, como en los viejos tiempos, pero de una suavidad y elegancia que, no por ser muy sencillas, dejan de llamar poderosamente la atención. Igual sucede con la costura impecable del cuero con que han recubierto el timón, los detalles de madera en el tablero, la tapicería en el más fino cuero de todo el automóvil, la pintura, en nuestro caso de dos tonos, en fin, todos los detalles, logrados con maestría de verdaderos artesanos, haciendo uso de los materiales más refinados.
El acto del lanzamiento fue extraordinario, como no podría ser de otra manera tratándose de Bentley. Invitaron a un grupo limitado de periodistas, de varias nacionalidades, y nos alojaron en Archerfield Lines, una mansión recién restaurada, 45 minutos al este de Edimburgo, que a pesar de hacerlo a veces, no es un hotel. Es una mansión privada donde a uno le asignan un cuarto, como en una casa de familia, con cocina, sala, comedor, biblioteca, en fin, y además rodeada por hermosos paisajes y canchas de golf, a pocos metros del Mar del Norte. Al día siguiente, después del desayuno, salimos a conducir el auto por la ruta que bordea el mar y conduce luego hacia el sur, con destino a Newcastle, ya en Inglaterra. Tuve la suerte de compartir la aventura con un colega escocés, que no solo conocía a la perfección la geografía y la meteorología locales, sino que además estaba acostumbrado a manejar con el timón a la derecha, del lado izquierdo de la vía. Mientras él conducía, yo aproveché para dejarme deslumbrar hasta el extremo por los detalles del auto, la luminosidad y elegancia del tablero de instrumentos, los finos acabados de todo, la comodidad de su espacio interior adelante, y especialmente atrás, el sistema de audio, cada uno de los detalles, que merecerían sin duda una crónica aparte.
Llegó mi turno al volante, y no puedo negar que me sentí nervioso, obviamente es una gran responsabilidad manejar un auto de estas características que, además de pesado, 5,700 libras, es bien ancho, casi 76 pulgadas sin espejos, y significativamente largo, más de 18 pies. Cuando transitábamos por carreteras secundarias angostas era indispensable manejar los espejos para mantener el auto dentro de las líneas que demarcan el carril, y así evitar morder las aceras o peor aún, rayar la pintura de semejante obra de arte. Una vez controlados los temores, la incomparable sensación de manejar el Bentley Mulsanne acaba apoderándose de uno. No solamente por la potencia, por los 505 caballos y las 752 libras por pie cuadrado de torsión que produce el motor V8 hecho a mano, con 6.75 litros de desplazamiento y turbocargadores gemelos, acoplado a una transmisión automática de 8 velocidades, que por primera vez en la historia de Bentley puede controlarse además con paletas a ambos lados del timón. También por la novedosa suspensión a aire con CDC, un mecanismo que hace el transitar más refinado y cómodo a bajas velocidades, y que reduce la altura del auto automáticamente cuando la velocidad aumenta, mejorando la estabilidad al impedir que el aire, al pasar por debajo del vehículo, tienda a levantarlo.
El Bentley Mulsanne acelera de 0 a 60 millas en 5.1 segundos, nada mal para un vehículo que pesa más de dos toneladas y media. Llega a 100 millas por hora en 11.6 segundos y puede alcanzar una velocidad máxima de 184 millas por hora, todo esto con bajísimos, casi imperceptibles niveles de ruido y vibraciones. Lo manejamos, viajamos en él como pasajeros, en el asiento del copiloto y en los posteriores; le busqué defectos por todos lados y solo logré encontrarle dos: el primero, que después de andar en él todo el día, tomando fotos por todas partes, estuvo a punto de quedarse sin una gota de combustible. Paramos en una gasolinera y lo llenamos, y la cuenta ascendió a 113 libras esterlinas, el equivalente a 200 dólares. El otro defecto, que el precio de venta en el mercado norteamericano, donde deberá quedar el 40% de las 800 unidades anuales que van a fabricarse, está en el orden de los 330 mil dólares. Pero pensándolo bien, que abastecerlo de gasolina sea caro y que yo no tenga el dinero para comprarlo son problemas míos. Bentley, al fin y al cabo, no tiene la culpa de que yo sea pobre.