Si una de las tres grandes de Detroit está logrando sobreponerse a la crisis con solidez y buenas expectativas, sin duda esa compañía es Ford, y si bien hay que atribuirle ese éxito a la estructura administrativa y gerencial del gigante, buena parte de los laureles también se deben a decisiones bien tomadas a la hora de decidir cuáles productos se desarrollan y por qué. Es así como Ford ha logrado que los compradores no dejen de visitar sus salones de exhibición detrás del Fusion, el Flex y el Edge, y más recientemente el Taurus.
Importantes desarrollos tecnológicos también han sido parte de las prioridades de Ford, entre ellos el sistema Eco Boost, que permite a un V6 desempeñarse como el más ágil de los V8 gracias a un par de turbocargadores, destacándose no sólo por la potencia y la torsión, sino también por los altos niveles de economía de combustible y los bajos niveles de contaminación ambiental.
Y es que estos dos acápites están en la lista de los que más pesan a la hora de tomar decisiones de compra, y dentro de esa línea de raciocinio somos muchos los que hemos venido preguntándonos por qué los fabricantes norteamericanos, que han tenido productos con excelente comportamiento tanto en consumo como en contaminación, y que se han vendido como pan caliente en Europa, Asia y América Latina, no han tomado la iniciativa de traer esos mismos productos al mercado norteamericano. No es fácil explicarse cómo, tanto Ford como GM, que tienen en Europa automóviles que compiten de igual a igual con los de Honda y Toyota, no los traigan a su propia casa, donde durante años se han dejado derrotar por sus competidores.
Esa realidad, entretanto, está a punto de cambiar gracias al Fiesta de Ford, que llega decididamente dispuesto a aguarles las celebraciones a sus competidores japoneses, el Honda Fit, el Toyota Yaris y el Nissan Versa. Llega unos cuantos años tarde y eso puede ser visto como desventaja, porque los demás pegaron primero. Pero viéndolo mejor constituye también una ventaja, porque el tiempo transcurrido le ha servido a Ford para perfeccionar el producto europeo y dejarlo mejor preparado para enfrentar el exigente mercado americano.
El Ford Fiesta llega a Norteamérica con dos versiones de carrocería, de 4 y 5 puertas, dos transmisiones manual de cinco velocidades y automática PowerShift de 6, la única con tantos cambios en su segmento y un único motor, de 4 cilindros y 1.6 litros de desplazamiento, pero capaz de producir 120 ágiles caballos y 112 libras por pie cuadrado de torsión. Lo manejamos en carreteras californianas, cerca de San francisco, en la autopista costera del Pacífico y en las montañas de Santa Cruz, para verificar que el motor será pequeño en tamaño, pero responde a cabalidad y cumple como uno grande, aun con tres pasajeros de buen tamaño y algo de equipaje, subiendo en tercera y hasta en cuarta las pendientes curvilíneas de la cordillera. Y hablando de curvas, grata sorpresa también nos causó la novedosa dirección con apoyo a potencia eléctrica EPAS, que con gran precisión hace aún más grata la conducción del Fiesta, que frena con discos adelante y tambores atrás.
Las sorpresas, no obstante, no fueron responsabilidad exclusiva del desempeño y la agilidad. No todos los días un automóvil del segmento de los pequeños atrae la enorme cantidad de miradas interesadas que nuestro Fiesta atrajo en California. Sin duda por su diseño vibrante y expresivo, que abiertamente lo separa de todos sus competidores. Competidores, que dicho sea de paso, también se quedan atrás cuando se descubren en el Fiesta más de 15 aditamentos exclusivos, de esos que no se ven en este tipo de autos, y que cuando aparecen son opcionales y cuestan caro. Entre ellos el sistema SYNC, desarrollado conjuntamente por Ford y Microsoft, que permite el acoplamiento perfecto del auto con nuestros sistemas portátiles de entretenimiento y comunicaciones, con activación a través de la voz. Por ahora, porque un sistema como el SYNC, que tiene la firma de semejante par de gigantes, tiende inexorablemente a desarrollarse sin limitaciones y en todas las direcciones.
La Fiesta de Ford ya comenzó, no cabe duda, y se pondrá mejor cuando comiencen a aparecer las cifras de ventas, porque se da por descontado que se venderá por cantidades, en la medida en que los fabricantes norteamericanos sigan cambiando la impresión equivocada de que los autos de aquí son malos por definición y los de allá son buenos porque sí. El Fiesta es, finalmente, el producto global que Ford viene buscando desde hace décadas, y es un fiel ejemplo de las ventajas de la globalización. El motor que lo impulsa es brasileño, fabricado en Taubate, en el estado de São Paulo, y el ensamblaje final se realiza en la planta de Ford en Cuautitlán Izcalli, en México. En materia de consumo de combustible, el Ford Fiesta compite hasta con los híbridos más populares, registrando 29 millas por galón de gasolina regular en la ciudad y hasta 40 en la autopista, y el precio básico comienza en los $13,995 dólares.